Cuando Ricardo Rojas escribiò en 1933 El Santo de la Espada era ya, naturalmente, muy numerosa la biografìa
acerca de San Martìn, sobre la base de la Historia de Mitre. Pero su libro irìa a ser diferente de los que habìan tratado la vida y la acciòn del Gran Capitàn. Iba a constituir una interpretaciòn tan profunda como poètica del alma sanmartiniana. Rojas viò al Paladìn predestinado, cuyo acero resplandece con la luz de una inmanente justicia.
La biografìa, documentada con exactitud y redactada con un sugestivo poder de evocaciòn, sigue la trayectoria del Gral. San Martìn desde su cuna Indiana que le inspirarà su resoluciòn trascendental de regresar al Plata, hasta su tumba francesa, el Puerto a que aludiò en su hora ùltima, pasando por los campos de España, donde se templa su adolescencia y cuaja su juventud marcial, y culminando en sus victorias y liberaciones decisivas al pie de Los Andes y a orillas del Rimac. Es la idealizaciòn fatal de las vidas superiores. Se perfila como el sìmbolo de un pueblo naciente, el Argentino, que harà honor a su raza hispànica y a su condiciòn de americano.
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