Fué Rudyard Kipling quien expresó su trashumancia diciendo cierta vez que el mundo es suficientemente ancho como para dar expansión a todas las inquietudes de los ojos y del espíritu. Sobre aquella frase del gran escritor inglés, reveladora de insaciables ansias por horizontes nuevos, otro no menos calificado en el mundo de las letras -Sinclair Lewis- construyó esta novela, en su mayor parte decorada con los paisajes de Italia, país en cuyo seno pasó sus últimos días. Inoficioso sería destacar ante los conocedores del novelista, que forman ya legión en todas las latitudes, la idiosincracia de Sinclair Lewis y su maestría para describir hechos, tipos, costumbres y lugares. En este libro, todos ellos desfilan con sus fisonomías particulares y ese singular realismo que el autor nunca se cuidó de disimular, en cuanto él sustenta la característica de su escuela y, acaso, de su generación. La novela es así realista y responde ampliamente a una tendencia predominante entre los escritores norteamericanos; pero a la vez está embellecida por el encanto pasional con que en sucesivos brochazos pinta las situaciones con el colorido que ya es familiar para quienes han leído en su hora BABBIT y ANN VICKERS.
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Es interesante, sin alcanzar la maravilla de Babbitt y algún otro que olvidé.
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