La mujer de la alfombra estaba muerta. Lo supe sin necesidad de tomarle el
pulso, lo había sabido en el mismo instante en que la ví, con los ojos desorbitados y con la sangre empapando su blusa por debajo de sus torcidos brazos. Tendría algo menos de treinta años, era normalmente atractiva, llevaba el pelo corto y poseía una boca de Cupido. Llevaba blusa, una falda y sandalias abiertas...
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